domingo, 21 de marzo de 2010

Solo es lo que es


A veces el destino tiene un sentido del humor bastante peculiar, especialmente cuando se trata de las jugadas que nos hace a nosotros mismos, por que, reconozcámoslo, solo cuando nos pasa a nosotros es cuando lo notamos, y justamente es de nosotros de quien el destino más ríe.
A mí me enseñaron que es malo jactarse de la desgracia ajena. Primero, porque todos somos iguales a los ojos de Dios, cualquier Dios espero, sino, me sentiría decepcionada al darme cuenta de que he estado respetando al Dios equivocado. En segundo lugar, el dolor no se le debe desear a nadie; y en tercer lugar, porque en algún momento de la vida, podría ser uno mismo de quién se rían, y asumámoslo, no nos gusta que se rían ni de nosotros ni con nosotros.
Esta cosa del destino es muy amigo de la ley de Murphy, creo…humildemente. (Temo que mis palabras repercutan). Tengo la seria sospecha de que se juntan una vez a la semana en algún café bien desapercibido del centro a tramar las rachas de los que nos entregamos bajo su criterio.
Dada la certeza con que somos bombardeados a lo largo de la vida, he llegado también a creer que deben tener una sucursal en cada ciudad, sino, ¿Cómo logra el destino darnos en los puntos exactos que necesitan ser tocados? Debe ser un trabajo meritorio de bastante estudio para su aplicación, y para eso, se necesita tiempo, sino, sería una irresponsabilidad.
Ya que somos tantos, gracias a… ( dadas las circunstancias y el contexto de lo que aquí se habla, he limitado mis expresiones, asique cada quién calce la frase con lo que más le acomode) hay momentos en que pasamos a segundo plano, no debemos ser egoístas al pensar que el destino sólo está pendiente de nosotros. No. Somos varios cientos de millones. El problema es cuando retoma nuestro folio.
Y otra vez nos toma el pelo. Se ríe un poco y luego nos deja “stand by” hasta nuestro próximo encuentro, misma hora, mismo canal, manténgase en sintonía. Si algo tiene que salir mal, así será.
Debo recalcar que ese humor que cae sobre nosotros no es siempre negro. Algunas veces de verdad es un humor que se puede disfrutar con una pilsener. Creo que entre nosotros nos conocemos bien. He aprendido a estar alerta cuando el momento de mi turno está por presentarse. Reitero, humildemente.
Este año ha cambiado la mecánica de esta interacción. Parece que estoy más grande porque ya no me “piko” (perdón por la palabra) cuando me sale con una sorpresa nueva. Aprendí que donde manda capitán…
Somos simples marineros. A algunos nos gusta el ron más que a otros. Lo que me lleva a desviarme del tema, perdón, pero no puedo evitarlo. Siempre soñé con ser pirata, en un mundo paralelo donde pudiera ser siempre joven como Peter Pan; y donde pudiera andar sucia, peluda y hedionda, y seguir siendo sexy. La rudeza fue un producto que siempre quise adquirir, pero no se lo digan a nadie. Y así como la canción, poder decir “Con una botella de ron, la vida pirata, la vida mejor”.
La vida sin trabajar, la vida sin estudiar, y un sireno esperándome en el fondo del mar. Parece que al señor destino no le gusta el ron. Debe haber realizado con Murphy una farra épica. Pero aquí sigo. Sin canciones, sin ron; depilándome cada dos días, y aún sin curarme de espanto respecto al extraño sentido del humor de quien mueve los hilos por estos lados inocuos restantes de un festival pirotécnico a gran escala llamado Big Bang.
Somos la sobra del polvo de estrellas, en un mundo brillante y con vientos que soplan desde todos los rincones del universo. No me atrevo a decir que somos insignificantes, solo muy pequeños. Somos significantes entre pequeñeces. Nos merecemos unos a otros, eso sí, insertándonos dentro de categorías basadas en criterios pequeños y significantes, connotados o denotados, a estas alturas a nadie la importa. Solo queremos diferenciarnos nadando en un mar de polvo. Polvo de estrellas en un mundo brillante.
No sé por qué cada vez que trato de analizar algún aspecto de la vida en general, ya sea personal o colectivo, las palabras de mi abuela vuelven a mi mente como si lo hubiese dicho intencionalmente esperando el momento determinado en que podría aplicarlas. El destino se sigue burlando de mí, aunque esta vez no soy la única. También le jugó una buena a mi abuela, lo que me da a entender que ir a misa tres o cuatro veces a la semana no se libra de ser balanceada en el columpio divino. Nadie es profeta en su propia tierra, (otra vez recurriendo a los clichés, my god) y con aproximadamente 74 años (no existe el valiente que se atreva a verificar los datos duros desde la fuente primaria) ella tampoco lo ha conseguido. Le tomó años para que sumensaje fuera escuchado, y resultó que no fue escuchado de ella misma sino de un viajero en tránsito que pasó dejando su huella.
El mérito no es menor. Años de escuchar a la persona más insistente de la zona aledaña no tuvieron el mismo efecto de las mismas palabras salidas de otra boca. Y qué boca. Daría mucho que hablar. No es la idea desviarse de la idea, aun más, por una boca encantadora pegada a una persona intrigante.