domingo, 28 de febrero de 2010

Encontrar lo que se busca y huír de lo encontrado


Solemos correr tras nuestros sueños, los que van cambiando con un descaro a veces increíble. Hay sueños que son tan frágiles que nos duran menos de lo que nos demoramos en establecerlos. Creemos que sabemos lo que queremos, pero nuestros deseos son variables, a veces más de lo que quisiéramos. Los anhelos de la infancia pocas veces nos siguen hasta la adultez. El mundo común y corriente se entromete en lo más profundo de nuestro ser, bloqueando la capacidad de fantasear. Muchas veces con solo abocarnos a pensarlos es suficiente, reanima. Sabemos que hay cosas que son imposibles, pero cuando lo mundano corroe hasta eso nos vemos en un problema. Eso significa abandonarse. Entregarse a una máquina impersonal a la que no le importa quién seamos, sino sólo qué podemos aportar a la masa. De nuevo apelo a los recuerdos sobre mi abuela; me hace pensar que todo eso no significa más que madurar.
Madurar para mí, y espero que para nadie más lo sea; significa dejar de soñar, y empezar a trabajar. Hacer andar la máquina. Engranajes. Piezas. Ritmo constante e hipnotizante. Peter pan hubiese sido uno de los tantos suicidas estresados por el ritmo de la ciudad y la modernidad. Una víctima más. Lamentable, pero cierto. Y deben haber muchos más en el mundo que podrían encajar con el mismo perfil. Inadaptados se les podría llamar. Soñadores, flojos, incapaces, etc.
Hubo un período en mi vida en el cual me dejé llevar por los sueños. No fui muy lejos, porque eran sueños de aquellos que son aceptados por la sociedad. Aquellos que el alma refleja mientras dormimos, mientras estamos vulnerables, uno de los pocos momentos diarios en que el alma y la mente subconsciente se pueden manifestar sin ser callados. Me quedé atrapada. Viví a través de sueños por un largo tiempo. Me negué a volver a la realidad. Eso, hasta que el mundo comenzó a rozar su camino con el de mis fantasías. Incrédula, dejé que las cosas siguieran su curso para ver qué pasaba.
La vida mundana comenzó a hacerse atractiva a mi vista. Guardé silencio, me mantuve quieta. No quería alterar el curso natural de los acontecimientos que golpeaban a mi puerta. Esperé a que solos llegaran a mí. De a poco, así como en un título de Hollywood, se comenzaron a suceder (uno tras otro) una serie de eventos, no desafortunados, pero sí fortuitos e intrigantes.
A veces creo que todo lo que ha pasado es producto de la sobriedad, y que la condición contraria fue la que me hizo divagar entre lo real y lo ficticio, adoptando una actitud defensiva injustificada. No sé si salí de un estupor permanente o estoy recién entrando. Sin querer di vuelta la página de mis resentimientos, y me encontré ante un libro completamente en blanco esperando a ser llenado. Sin línea editorial, sin temática, sin sentido, sin un curso claro y sin nada establecido

No hay comentarios: